Ronda: patrimonio que respira historia, ha emergido como un destino enoturístico de renombre entre montañas.
Por Ehab Soltan
Hoylunes – En el corazón de la Serranía de Ronda, donde las montañas andaluzas se abren para revelar secretos milenarios, emerge Ronda: una ciudad que no se posa sobre la tierra, sino que parece flotar entre el cielo y la piedra.
El Puente Nuevo es el emblema de Ronda, una obra maestra de la ingeniería del siglo XVIII que une las dos mitades de la ciudad sobre el impresionante Tajo de Ronda, una garganta excavada por el río Guadalevín. Construido entre 1759 y 1793, este puente de 98 metros de altura no conecta físicamente la ciudad antigua y la moderna, sino que también simboliza la unión de historia y presente.

Ronda es una de las ciudades más antiguas de España, con orígenes que se remontan al Neolítico. Durante la época musulmana, la ciudad adquirió una relevancia trascendental, convirtiéndose en la capital de la provincia andalusí de Takurunna. Los Baños Árabes de Ronda, también conocidos como Baños de San Miguel, son un testimonio vivo de esta herencia, siendo uno de los mejor conservados de la península.
La Casa del Gigante, una vivienda particular construida entre finales del siglo XIII y principios del XIV, es otro ejemplo destacado de la arquitectura nazarí en Ronda.
La Plaza de Toros de Ronda, inaugurada en 1785, es una de las más antiguas de España y es considerada el lugar de nacimiento de la tauromaquia moderna. Propiedad de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, este monumento histórico es un símbolo de la profunda tradición taurina de la ciudad.

En Ronda, el flamenco no se aprende: se hereda. Se huele en las callejuelas, se escucha en los patios, se palpa en la voz quebrada de sus cantaoras y en el taconeo que golpea la memoria. En su espectáculo Raíces, la ciudad se reconoce a sí misma en lo profundo: en la Rondeña, la Serrana, la Caña, el Polo o la Toná, palos flamencos que nacieron al abrigo de su serranía, entre olivares y susurros de siglos. No es casual que Ronda se levante como uno de los vértices del triángulo sagrado del cante, junto a Sevilla y Cádiz. Aquí, el arte no es artificio: es herida y orgullo, fiesta y duelo.
Desde que abriera su primer tablao en 1834 —el histórico Café del Teatro, donde se entrelazaban el arte flamenco y la pasión por los toros—, Ronda ha sido cuna y templo. De sus plazas y callejas surgieron voces inmortales que tejieron el alma de un pueblo que canta lo que siente sin pedir permiso. Hoy, cada acorde y cada quejío en Ronda lleva el eco de aquellos que, con lamento y coraje, con dulzura y garra, hicieron del flamenco una forma de resistir… y de vivir.
Hoy, Ronda sigue latiendo al compás del flamenco vivo. Espacios como El Quinqué, con su atmósfera íntima y su apuesta por el flamenco de raíz, o el Teatro Vicente Espinel, que acoge espectáculos durante la programación de Ronda Flamenca, son escenarios donde la tradición se reinventa sin perder el alma. La Peña Flamenca de Ronda, fundada en los años 70, mantiene encendida la llama de los grandes nombres locales y acoge a jóvenes talentos que recogen el testigo con pasión y respeto.
Como dijo una vez un cronista anónimo de la ciudad: “En Ronda no se canta para impresionar, se canta porque se necesita”. Y esa necesidad —profunda, visceral, luminosa— es la que convierte a esta ciudad en un santuario para el arte jondo. Aquí, el flamenco no es espectáculo: es raíz, rito y revelación.

La región de Ronda ha emergido como un destino enoturístico de renombre, combinando antiguos conventos convertidos en bodegas, conciertos entre tanques de vino y viñedos escondidos entre montañas calizas. Bodegas como Descalzos Viejos, La Melonera y F. Schatz ofrecen experiencias únicas que fusionan vino, historia y paisaje, donde cada copa de vino guarda el eco de una civilización milenaria y el murmullo de las montañas. Aquí, el vino no es solo un producto: es un ritual que fusiona territorio, tiempo y talento. En antiguos conventos restaurados con respeto, como el de «Descalzos Viejos», la piedra se impregna del aroma de barricas centenarias, y la música clásica resuena entre tinajas durante conciertos íntimos que convierten la bodega en escenario y santuario.
Viñedos como «La Melonera» apuestan por recuperar variedades autóctonas casi olvidadas —rompiendo modas y reglas— mientras que «F. Schatz», pionera en viticultura ecológica, convierte la visita en una conversación entre la tierra y el futuro. Ronda ofrece catas: ofrece pausas en el tiempo. Caminos entre cepas abrazadas por la bruma, amaneceres en terrazas que miran a la Serranía, tardes de vino y literatura junto a muros que guardaron votos de silencio.

Cada bodega de Ronda es distinta, pero todas comparten una filosofía: respeto por el entorno, excelencia enológica y hospitalidad sincera. Algunas se ocultan como secretos bien guardados tras caminos de tierra roja; otras se alzan con arquitectura contemporánea que dialoga con el paisaje. Hay opciones para quien busca catas técnicas, recorridos sensoriales, picnics entre vides, talleres de poda o incluso maridajes poéticos. El vino en Ronda se bebe con el alma.
Ronda es el punto de partida de la Ruta de los Pueblos Blancos, un itinerario que atraviesa caseríos que destacan como copos de nieve sobre sierras llenas de naturaleza, hechizo e historia. Además, la reciente recuperación de la Ruta de los Viajeros Románticos, utilizada por figuras literarias como Lord Byron y Washington Irving, ofrece a los visitantes la oportunidad de recorrer senderos históricos que conectan Ronda con otros municipios de Málaga.
#joyas_de_españa,# hoylunes, #ronda, #ehabsoltan,